martes, 28 de diciembre de 2010

La KritikOna 2011

Empieza a tomar forma el relevo a La Criticona...
El año próximo (2011) se celebrará en Bilbo. Podéis encontrar más info en

http://kritikona.wordpress.com/

Y ahora, sigan pedaleando...

martes, 26 de octubre de 2010

Agentes del metro requisan la bici de Ramón Linaza

El pasado viernes 22 de octubre, un mes después de la cacareada Semana de la Movilidad, agentes de seguridad del Metro de Madrid han requisado la bicicleta del portavoz del Foro por la Movilidad Sostenible de la Comunidad de Madrid, Ramón Linaza.

Linaza regresaba desde Fuencarral cuando se sintió indispuesto y entró en el metro con su bicicleta para regresar a su casa. Fue perseguido por dos agentes que pretendían inmovilizarle y le causaron lesiones leves en una pierna. Los agente patearon la bicicleta con intencion de romper los radios de rueda trasera y amenzaron con llamar a la policia. En la estación de Chamartin procedieron a desalojar el convoy acusando a Ramón de impedir el regreso de los usuarios. Tras bajar al anden el convoy siguió circulando con normalidad.

Linaza ha declarado que le parece paranoico el odio que hay a las bicicletas en esta ciudad. Acostumbrado a visitar ciudades como Oxford, Cambridge o Amsterdam, resulta verdaderamente insólito el subdesarrollo de Madrid en cuanto al uso de la bici como medio de transporte. Hace ahora dos años el Ayuntamiento de Madrid impuso a Linaza una sanción de 280€ por circular en bicicleta un domingo -Fiesta de la bicicleta- por la calle Bravo Murillo a las 4 de la tarde. El agente advirtió al ciclista del peligro que suponía circular en sentido contrario a la circulación, en un momento en el que no circulaba ningun coche por ninguno de los cinco carriles de la calle. El propio concejal de Movilidad D. Pedro Calvo confirmó la sanción tras agotarse el derecho de réplica y reclamación, argumentando que al agente se le presume siempre veracidad.

Cada vez que se hace una reforma en esta ciudad se perjudica a los ciclistas. Si hacen alguna infraestructura ciclista lo hacen por la acera arrebatando espacio al peatón, con el único fin de que los peatones se quejen con toda razón por la invasión de su espacio por parte de ciclistas, en ocasiones poco considerados.

El señor Linaza advirtió a los agentes de su condición de enfermo crónico como portador del VIH desde 1993 y su necesidad de regresar a casa en el metro con su bici, ejerciendo un derecho que ha sido establecido por el Parlamento Europeo para todos los ciudadanos en los trenes y metros de la Unión Europea.

Linaza ha manifestado que esta ciudad necesita con urgencia un cambio radical en su política de movildad. Como recogió el informativo territorial de TVE hoy mismo "lo que hay que hacer es reducir en un 50% los vehículos privados que circulan por la ciudad la mayoría de las veces con un solo ocupante y favorecer el uso del transporte público y la bicicleta". En todo momento los agentes de seguridad trataron al portavoz del Foro como si fuera un peligroso delincuente.

Escrito por Ramón Linaza en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/29825)

Los madrileños respiramos veneno a diario gracias al hAyUntamiento

Como ha denunciado Ecologistas en Acción, el pasado 20 de octubre se registraron altísimos niveles de contaminación por NO2, un gas que procede de los tubos de escape de los vehículos. De hecho, se superó el umbral de información en varias estaciones durante bastantes horas, y se rozó el umbral de alerta, que exige acciones inmediatas.

Siempre que en Madrid hay una situación anticiclónica se reduce la dispersión de contaminantes y se incrementan los niveles de polución. Esto es lo que ha ocurrido ayer un día más en el que varias estaciones sufrieron niveles de contaminación altísimos, sin que el Ayuntamiento tomara las medidas adecuadas para informar a la población ni para reducir esta contaminación. El Gobierno municipal incumple así, una vez más, tanto sus propios protocolos de actuación como la legislación vigente.

El Ayuntamiento de Madrid enterró 6.000 millones de euros en la ampliación de la M30, lo que además de endeudar las arcas municipales hasta alcanzar el 25% de la deuda que suman todos los municipios del pais, ha contribuido al aumento del tráfico, la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero. Nada ha hecho el consistorio para cumplir la legislación europea en materia de contaminación, salvo solicitar a la Comisión Europea una moratoria para seguir incumpliendo los límites establecidos para los agentes contaminantes. La consecuencia de esta política suicida e irresponsable la sufrimos a diario los madrileños con graves consecuencias para nuestra salud. En lugar de reducir la factura energética del transporte, como sería lógico en tiempos de crisis, promocionando el transporte público y reduciendo el privado, el alcalde ha decidido suprimir la Fundación Movilidad e incumplir el compromiso para la implantación del servicio de alquiler de bici pública, previsto para marzo de 2010. Nada mejor para combatir la crisis que seguir despilfarrando energía y aumentando la factura sanitaria como consecuencia de las afecciones a la salud causadas por la contaminación.

Sin embargo, si Madrid cumpliera con los índices de contaminación recomendados por la Organización Mundial de la Salud, el ahorro en gasto sanitario por hospitalizaciones y afecciones a la salud de enfermedades cardiovasculares y respiratorias, sería del orden de 6.000 millones de euros anuales. Al señor Gallardón, despótico faraón, le importa muy poco la salud de los ciudadanos. Su política del medio ambiente consiste basicamente en cambiar el Audi oficial de 600.000€ por un nuevo Toyota Prius híbrido. Está bien que se preocupe por reducir las emisiones de su coche oficial, pero sería más sensato reducir las emisiones de los 3.000.000 de madrileños, así como la del millón de vehículos que entran a diario en la almendra central, en la mayoría de los casos con un único ocupante.

Ramón Linaza, portavoz de la Coordinadora Verde de Madrid ha declarado que en el caso de resultar elegido concejal en mayo propondrá la supresión de los coches oficiales de concejales y altos cargos, la recuperación de la Fundación Movilidad, el cumplimiento del Plan Director de la Movilidad Ciclista y la reforma de la política tarifaria del Consorcio de Transportes para favorecer el uso del transporte público. Es posible otro Madrid. Para ello es necesario otro alcalde y otra política de movilidad.

Ramón Linaza es portavoz de la Coordinadora Verde de Madrid y miembro del Foro por la Movilidad Sostenible de la Comunidad de Madrid (entre otras cosas).

Escrito por Ramón Linaza en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/29813)

jueves, 2 de septiembre de 2010

Noticias Perdidas

25 de agosto de 2010

Atrapada en la M-30

La familia Vinuesa reaparece dos años después

Jorge Vinuesa, abogado zaragozano de 47 años, y su hija Marta, de 17, son los
únicos supervivientes de una trágica aventura que comenzó el 13 de septiembre de
2008. Ese día la familia Vinuesa, camino de Cádiz, decidió visitar el centro de
Madrid y para ello tomó la M-30, conocida autopista de circunvalación de la
capital de España. Ya nunca pudieron encontrar la salida. Equivocación tras
equivocación, de anillo en anillo, acabaron atrapados durante dos años en la red
de carreteras que ciñe la ciudad.

" Empezamos a preocuparnos", ha declarado Vinuesa desde el hospital, "cuando, a
las dos semanas, vimos que estábamos adelantando coches a los que habíamos ya
adelantado o con los que nos habíamos cruzado días antes".

" Cuando se nos acabaron los víveres", dice Marta entre lágrimas, "tuvimos que
comernos a Calvin, nuestro perro. Luego murieron mamá, Vanessa y Rodrigo".

" Cada cierto tiempo nos reencontrábamos y nos reconocíamos", sigue el padre,
"pero lo único que podíamos hacer, arrastrados por la velocidad, era
intercambiarnos un desesperanzado saludo a través de la ventanilla"

Uno de los momentos más duros, según el relato de los supervivientes, fue el
encuentro con un autobús fantasma a la deriva lleno de cadáveres de turistas
japoneses, "A juzgar por la matrícula, debían llevar al menos doce años girando
en la M-30".

Consultado por este periódico, un alto funcionario de la DGT ha asegurado que
hay miles de vehículos circulando sin conductor por la M-30. "Aunque es difícil
dar cifras, la mayor parte de los españoles desaparecidos en los últimos diez
años están seguramente allí. En cuanto al número de extranjeros, es
incalculable".

" No podemos hacer nada por ayudarlos", ha añadido, "todos nuestros equipos de
rescate han desaparecido también en sus anillos".

Santiago Alba Rico
http://rebelion.org/noticia.php?id=112177

Enviado por Martapsalas en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/29164)

miércoles, 23 de junio de 2010

Relato

Diez mil kilómetros es casi dar la vuelta al mundo por el diámetro de la tierra en su zona del ecuador... por ejemplo.
Hace poco más de dos años, ya con los cincuenta años cumplidos, me presenté en la tienda de bicis de mi barrio Míreme -le dije al dependiente- Quiero una bicicleta para ir a trabajar todos los días. Son 25 kilómetros diarios y sólo le pido que tenga 8 piñones para no quedarme corto en las escasas zonas llanas de mi recorrido. Miró en su exposición y me señaló una... 300 euros.
Desde ese día y salvo alguna muy rara excepción, todos los días, el ir al trabajo, se convirtió en una bonita ilusión.
Diez mil kilómetros en bici por una ciudad como Madrid ¡Qué locura! 0,03 euros el kilómetro. Ningún percance digno de mención. Ningún susto. Ninguna emisión contaminante. Ningún esfuerzo insufrible. Ningún despilfarro.
Dejé de usar el Metro, mucho antes el coche particular y gané en rapidez, comodidad, economía y salud, seguramente también en simpatía, aunque en este tema soy muy duro de pelar.
Los ocho kilómetros escasos que tengo de casa al trabajo, los tuve que pasar a doce y medio, pues descubrí que los caminos rectos o lógicos, no siempre son los mejores para estos menesteres y posiblemente, este sea el secreto de que siga día a día, yendo al trabajo en bicicleta. Que te sigan mirando raro, no lo considero problema mío, además, el que mira raro a los demás ahora soy yo, sobre todo a los que usan el coche particular para realizar la mitad del recorrido que yo hago.
Y ya está... Hoy he cumplido diez mil kilómetros por Madrid y quería celebrarlo con todos vosotros, que seguramente, muchos, llevaréis muchos más.
Nos vemos mañana para celebrarlo mejor.
Saludos y salud.

Escrito por Alberto Guerrero en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/28106)

martes, 1 de junio de 2010

Jornadas en Granada

Del 3 al 6 se celebrarán en Granada unas jornadas sobre bicis.
En el enlace podréis ver el cartel, y a continuación el programa:

Jueves 3

TALLER BICI desde las 13h hasta que se ponga el sol
TAPEO VEGANO por la tarde
INAUGURACIÓN DE LAS JORNADAS 20h
CONCIERTO a las 21h
-ZENIZA EN LA BOCA
-MANTALA NO!
-PIMPO

Viernes 4

COMEDOR VEGANO sobre las 14h
CHARLA/MESA REDONDA sobre la SEGURIDAD DEL CICLISTA Y CARRIL BICI 17h
CITA MENSUAL CON LA BICI 19:30
CENADOR VEGANO 22h
CABARET 23h
CONCIERTO: TRIO DE LAS AZORES 24h
SORTEO DE UNA BICI

Sábado 5

EL TALLER BICI SALE A LA CALLE desde las 12h
COMEDOR VEGANO 15h
TALLER FREAK maquea tu bici 17h
PROYECCIÓN "Somos tráfico" 19h
CONCIERTOS 21h
-LLORANDO EN EL DESIERTO
-QUINTETO SENTIDO
- JAM SESSION

Domingo 6

CHARLA sobre el cierre de la circunvalacion
PASEO en bici

Sigan pedaleando!

martes, 18 de mayo de 2010

La cuestión no es cómo se impulsa el motor del coche



Basado en hechos muy reales y verdaderos.

Recién arrancada la década de los setenta del siglo pasado tenía por costumbre bajar a jugar a mi calle, una calle cualquiera de Madrid, a infinidad de juegos infantiles como el escondite, un ‘dao’, ‘un alto el último la liga’, el guá e incluso la comba y muchos otros. Era una calle de tierra (sí, sí, de tierra) que unía dos calles adoquinadas. Había un taller de coches (curioso) que aún existe y un puñado de éstos estaban, más que aparcados, desparramados por la calle; algunos del taller y otros particulares.

Poco después de mediada la década se asfaltó la calle, todo un acontecimiento que la chavalería no quiso perderse y que se encargó de estrenar. Habían colocado unas baldosas a lo largo de las dos hileras de casas a una altura más elevada que el asfalto y que nuestros padres llamaban acera; el primer día ya quedó claro que esa altura no contaba para jugar a ‘un alto el último la liga’ y también quedó claro que allí era imposible jugar al guá; quitando estos pequeños inconvenientes lo demás siguió igual, con los mismos juegos de siempre. Las madres, cuando los críos salíamos de casa para jugar en la calle, no nos decían ‘cuidado con los coches’, solían decirnos ‘¿has cogido el bocadillo?’; y en todo el tiempo que estabas disfrutando de tu calle sólo escuchabas alguna vez de manera esporádica ‘¡coche!’, que lo único que significaba es que te tenías que apartar para que pasara porque peligro no había, el conductor iba despacito y con precaución.

Poco a poco los dos lados de la calle fueron invadidos sin clemencia ni miramientos por aquellos trastos metálicos hasta el punto de no dejar apenas espacio para el paso de una persona entre ellos, aunque nosotros seguíamos jugando en el hueco que dejaban en el asfalto porque era el sitio que utilizábamos desde hacía ya unos años. Todavía era efectivo el decir ‘¡coche!’ y aún circulaban despacito y con precaución pese a haber cada vez más y dejar menos suelo libre.

Un día vas al cole y te das cuenta que en el cruce donde antes paraban los pocos coches que pasaban sin haber ningún tipo de señal ni horizontal ni vertical, con educación y por respeto hacia el peatón, una persona, un elemento vivo de la ciudad al que se puede hacer mucho daño con un cacharro metálico de más de una tonelada, ese día en concreto tienes que parar en seco porque oyes un claxon y alguien que dice ‘¿no me ves?, espérate que pase que casi te pillo’. En tu inocencia aún preadolescente piensas ‘menudo tonto, qué derecho tendrá él para pasar antes que yo’.

Pasa un tiempo y en ese mismo cruce ponen unas rayas en el suelo que parece dan derecho al que va andando para pasar y los coches tienen que parar. El invento funciona como por arte de magia, parece un milagro pero cuando te acercas al cruce, si viene un coche, para, y tú puedes pasar sin peligro.

En la época del instituto ya no ves a ningún niño jugando en la calle, según dicen es muy peligroso, alguno dice incluso que está prohibido. De camino al instituto, en el cruce donde habían pintado unas rayas, ahora hay un semáforo con una luz que se pone naranja y se enciende y se apaga para cuando algún coche gira hacia esa calle que deja pasar a peatones si están cruzando; así lo hacen al principio hasta que unos cuantos años después ese semáforo deja de utilizar ese sistema para directamente ponerse rojo porque si no no paraba nadie y atropellaban sin ninguna educación ni respeto ni precaución a seres humanos vivos que en alguna ocasión dejaban de estarlo en ese momento. Ya con una edad razonable y nada inocente pensaba ‘que tontos, les han tenido que poner el semáforo en rojo para que tengan que parar sí o sí; se lo tienen merecido’.

En la última década del siglo pasado veía aquí y allá cómo las aceras de algunas calles se estrechaban de la noche a la mañana hasta el punto de tener una anchura tan ínfima y ridícula que las hace impracticables para, por ejemplo, una silla de ruedas. ¿Y ésto para qué?, pues para poder dejar más espacio a las máquinas esas que poco a poco invadían hasta el último espacio de suelo de la ciudad. Veía como la mayoría de las aceras tenían una anchura tal que pasar con dos carros de la compra a la vez era muy difícil o imposible.

Pasaban los años y seguía viendo cómo aparecían a cada metro pasos de peatones y semáforos porque parecía la única manera de calmar la represión autoritaria de abuso de poder ejercido por la simple y llana regla de ‘tengo un trasto que pesa un huevo y que corre el otro y tú te paras o te paso por encima y te mato’.

Hasta eso dejó de funcionar y tuvieron que elevar el asfalto donde pintaban los pasos de peatones para que si se les ocurría correr se dejaran los amortiguadores y parte de los bajos. Lo único que consiguieron es que se saltaran los pasos de peatones más despacio.

Llegó un día en que, cuando estaba ante un semáforo esperando para cruzar y podía hacerlo, oí un acelerón a mi izquierda y un asesino en potencia hizo pasar las ruedas a unos cinco centímetros del pié que había empezado a cruzar con todo el derecho del mundo. Pensé y grité ‘asesino’ con todas las de la ley.

El colmo de la hilaridad es cuando, ya hoy día, aparte del ruido incesante de claxons, ves cómo los pasos de peatones son elementos decorativos de la ciudad; ves cómo todos los coches pasan con el semáforo en ámbar (que no nos olvidemos que la legislación les obliga a frenar hasta parar con ese color) y que varios siguen pasando cuando ya se ha puesto rojo; ves cómo a la inmensa mayoría de peatones les parece normal y siguen mirando a ver cuando paran para poder cruzar porque el coche ejerce más que nunca su autoridad por la simple y llana regla de ‘tengo un trasto que pesa un huevo y que corre el otro y tú te paras o te paso por encima y te mato’; ves cómo crecen las autopistas urbanas donde el que va a cincuenta (que es el máximo, el tope, de donde la ley prohíbe pasar) es mirado y tratado como un ‘¡vamos gilipollas, que tengo prisa y vas haciendo el pringao, si no sabes conducir vete andando, subnormal!’; ves coches aparcados en pasos de cebra, encima de la acera, en doble fila y hasta en triple fila en ocasiones; ves que el intermitente no lo ves…

… En fin, ves tantas injusticias sobre cuatro ruedas o más que sí, yo NO quiero más invasión salvaje a la fuerza bruta de coches en esta ciudad, me da igual cómo funcione su motor, el problema es otro muy distinto.

Y a partir de aquí, independientemente de todo lo anterior y sin que tenga absolutamente nada que ver con ello, si queréis, hablo de la Bici.

Un abrazo en calles tranquilas a tod*s y muchísima salud!!!

PD: De pequeño en el espacio de un coche jugábamos al guá dos amigos, en el de una furgoneta jugábamos a la comba tres y hasta cuatro, en el de un camión pequeñito jugábamos al balón prisionero, en el de un camión normal jugábamos al fútbol cuatro o seis, en el de un camión grande se podía jugar al baloncesto y en el de un trailler al futbítol con equipos de cuatro o cinco y hasta árbitro.

martes, 27 de abril de 2010

Tenemos una bicicletada

Durante los días del 28 de Abril al 2 de Mayo de 2010 queremos que Madrid sea un lugar de encuentro para las participantes de las más diversas masas críticas del mundo y de ciclistas urbanas en general.

Llenaremos la ciudad de bicicletas, charlas, talleres… ¡pero sobre todo de bicicletas!

El año pasado, en la primera edición de La Criticona, nos hacíamos una pregunta: ¿Cuántas bicicletas caben en Madrid? y pedaleamos juntas más de 3000 bicicletas

… ¿Y este año? pues no te olvides de que de nuevo ¡tienes una bicicletada!

Volvemos a juntarnos en Madrid, convencidas de que podemos ser aún más.

Porque creemos que podemos cambiar nuestra forma de vivir y de sentir la ciudad, que podemos hacerla más amable para los que la habitamos.

PROGRAMA:

MIERCOLES 28 de Abril

-20h. Masa Crítica de Alcalá de Henares. PLaza de los Santos Niños, Alcalá de Henares.(http://bicialcala.ourproject.org).

JUEVES 29 de Abril

-20h. BiciCritica(Masa Crítica Madrileña). Plaza de Cibeles. Fin de fiesta con cena.

VIERNES 30 de Abril

-19h. Alleycat(activista no competitiva). Necesaria inscripción (http://www.autistici.org/alleykate).

-21h. BiciVicio (tapeo y bebercio). Plaza de Cibeles. Fin de fiesta al aire libre con Bilbainadas.

SABADO 1 de Mayo

-12h. La CicloCocina a la calle. Plaza de Juan Pujol.

Taller de reparación de bicis.

Decoracion de bicis para La Criticona.

La MovilOca. El juego de la Oca, ¡donde siempre pierden los coches!

-15h. Comida popular dentro de las fiestas del 2 de mayo. Plaza del 2 de Mayo.

-18h. LA CRITICONA 2010 Masa Crítica interplanetaria. Plaza de Cibeles.

Fin de fiesta con cena y espectáculo sorpresa.

DOMINGO 2 de Mayo

-11h. Gymkana histórica por Madrid. Plaza de Oriente.

-12h. Taller de pintar cuadros(de bici). Centro Social Seco. Calle Arregui y Aruej 29.

http://lacriticona.ourproject.org/ - LA CRITICONA 2010 Madrid, 28 abril-2 mayo

viernes, 23 de abril de 2010

Bici Crítica ¿si o no?

En los úlimos días, en la famosa red social Facebook se discute sobre si la Bici Crítica es eficaz o no vale la pena por los grandes atascos que causa o la grandísima cantidad de bicicletas que acuden a esta celebración mensual.
Me voy a tomar la libertad de copiar y pegar literalmente las palabras de uno de nuestros compañeros, porque creo que merece la pena difundirlas. En mi opinión tiene mucha razón diciendo lo que dice, la gente habla sin saber además de haber una laguna en sus conocimientos, digo laguna porque no saben esa importante parte del código donde se habla precisamente del grupo de ciclistas.
Y las palabras de nustro compañero dicen así (espero que lo te importe que lo publique aquí, me parece un tema muy interesante):


Perdón por el ladrillo...
Con todos mis respetos:
- La BiciCrítica es efectivamente un evento festivo reivindicativo; reivindica el uso diario de la Bici como medio de transporte, no sólo para ir a trabajar, si no para hacer cualquier desplazamiento (trabajo, compra, salir a cenar, al cine...).
- Las Bicis no aparecen por generación espontanea en Cibeles, van desde distintos puntos de la ciudad llenándola de Bicis ese día. ... Ver más
- Sólo por curiosidad, ¿puedes por favor poner el link de la página de BiciCrítica donde pone 'sin respetar los semáforos'? Igual se ha interpretado mal la manera de circular de la BiciCrítica, no sé. Sí se circula ocupando todos los carriles y evitando la entrada de coches "en La Masa" pues es muy peligroso para ella y cuando ha sucedido ha habido atropellos y/o enfrentamientos innecesarios. La cabecera de la Masa respeta e incita a respetar las normas de circulación incluidos los semáforos, parándose cuando éstos están en rojo; La Masa es una única unidad (y así está legislado un grupo de ciclistas, sean 10 o 10000) que, cuando por ejemplo ha entrado en una rotonda, pasa entera desde el primero hasta el último; en un semáforo pasa exactamente lo mismo. Yo todavía no he visto a un trailler que cuando pasa un semáforo la cabina y después se pone en rojo antes de que termine de pasar se parta por la mitad. No se segrega en los cruces y va compacta precisamente por lo que he explicado antes y se taponan los cruces para que no se metan vehículos en medio para evitar lo que también he comentado. Se procura parar en los pasos de cebra (la cabecera) si hay gente esperando para cruzar. Si circulara anárquicamente no se rechazarían y se increparían las actitudes como subirse por la acera o enfrentarse violentamente a otros usuarios de la vía; si se dejara que La Masa se segregase, parando por ejemplo en un semáforo en rojo que ha pillado por la mitad, en vez de pasar en 3 minutos no quiero ni imaginar lo que tardaría en pasar. La Masa de la BiciCrítica es tráfico.
- Cualquier día de diario Cibeles está atascada a las 20:00, no necesita de BiciCríticas para atascarse; otra cosa es que los conductores de vehículos a motor busquen otra escusa que su propio atasco diario. Ya es bastante habitual que al paso de la BiciCrítica los peatones la aplaudan. Unos de los lemas de la BiciCrítca es 'Somos tráfico'.
- Conozco a mucha gente que ha cogido la Bici para usarla a diario después de asistir a la BiciCrítica.
No sé cómo conducen los vehículos a motor en Manchester pero, no sé por qué, estoy convencido de que son bastante más respetuosos y educados que en Madrid en general, no sólo con las Bicis. Estoy bastante cansado (siendo peatón) de esperar a que pasen los tres, cuatro o cinco coches de rigor cuando se pone el semáforo en rojo, que dejen de pasar coches en los pasos de cebra para poder cruzar, de sortear coches parados en la acera, aparcados en los pasos de cebra o los rebajes de las aceras puestos para que los peatones o personas en silla de ruedas o con carritos de la compra puedan cruzar; de ver circular coches en las autopistas urbanas de tres o más carrles que les han construido circulando a velocidades de vértigo; estoy bastante cansado (siendo ciclista urbano) de esquivar coches aparcados en doble fila, de coches que me cierran el paso adelantándome a todo trapo para girar a la derecha sobre mi rueda delantera, de no ver intermitentes encenderse, de que circulen a menos de un metro detrás de mi, de que me pasen rozando literalmente a más velocidad de la permitida...; en fin, podría seguir pero lo voy a dejar ya, pero yo pregunto quién circula de manera anárquica y sin respetar las normas día tras día haciendo valer el miedo que da un cacharro de una tonelada o más que puede matar.
Yo, cada día, veo más Bicis circulando por Madrid, no sé de qué será la culpa pero creo que la BiciCrítica algún porcentaje de culpa tendrá, si no no tiene sentido que en sus inicios fueran una decena de personas y ahora se ronden las dos mil arriba o abajo (dependiendo fundamentalmente del tiempo).
Un saludo y muchísima salud!!!
Sebas.


Nadie se escandaliza cuando la ciudad se atasca con un montón de coches, nadie se sorprende cuando ve montones de coches parados en los semaforos que ni si quiera apagan el motor (en Suiza, hablando un poco de o que se y conozco, es obligatorio apagar el motor en un semaforo o atasco, y sino.. multa). Se tiene tan asimilado que ya no nos asusta. Pero cuando vemos tantas bicis circulando juntas es como si fueramos objetos circulantes no identificados, como si fueramos de otro planeta, y que al no ser "lo normal" un atasco en bici la gente se asusta y se sorprende.
Y por mucho que digan que cuando hay BC se producen atascos de dos horas... la BC se leva celebrando un montón de tiempo, y quienes circulan por Madrid deberían saberlo y en cuanto vieran la primera bici darse la vuelta o aguantarse sin quejas, que yo cuando hay una cola de un montón de coches con el motor en marcha tampoco me pongo a gritar como una energumena.


¿vosotros como lo veis?
Saudos a todos!!!!

Sospechoso

Ésta misma mañana, para ayudarme a llegar tarde a la reunión preparatoria de la reunión del viernes, me han echado un cable las ultrafuerzas de seguridad.

Tenian montado un pequeño control en Méndez Álvaro, justo antes de llegar a la estación de Atocha, y me han invitado a pararme y darles mi documentación. Amablemente la han llevado a la lechera, y me han registrado la bolsa y su contenido y los bolsillos. Con el bolso han tenido rato: bolsita de herramientas de la bici, funda con USBs y cables, bolsa con pantalón impermeable, impermeable convertido en bola...

Pero han terminado y mi DNI seguía en su poder. No podía llamar por teléfono mientras estuviera en el control (agente con fusilaco dixit). Mientras emulaba a Sara Montiel, fumando y esperando, han parado a un excompañero de cuando curraba en Indra-Telefónica, a otro chaval en bici, más coches y furgonetas, pero casi todos han estado unos pocos minutos.

Una hora de reloj me han "retenido". Pintas sospechosas, pelos largos y barbuzas, montado en bicicleta... ¡Sospechoso! Puede que sea peligroso, vigiladle bien que no se mueva... Podría ser etarra, o talibán, o ambas cosas.

Flaco favor nos hicieron los mass media a los ciclistas cuando resaltaron que, las detenciones de miembros del "movimiento vasco de liberación" (José Mari "Ánsar" dixit), se produjeron cuando éstos circulaban en bicicleta. Eso, unido al escaso cociente intelectual que piden para entrar a formar parte de los de siempre, y que casi todos los que entran son los que suspendían y la liaban...

En casa me han dicho que tenía que haberme despedido con un "Eskerrik kasco", y el conejo... digo, el consejo de hoy es que bebáis pacharán desde el desayuno, a media mañana tienes una voz aterciopelada y seductora casi seguro.

sábado, 17 de abril de 2010

Campaña Contra el Ciclopolvo

Que no tiene nada que ver con echar polvos en bicicleta, lo cual es plenamente apoyado, alentado y practicado por mi persona. Con ciclopolvo nos referimos a esas pobres bicicletas que estan cogiendo el polvo de los años en cuartos trasteros y cuartos de bicis de comunidades de vecinos.

Dentro de poco es La Criticona en Madrid, y un año más pretendemos desafiar a la ciudad a ver cuántas bicis puede aguantar, y como vienen gentes foráneas que no tienen la suerte de poder llevar la bici consigo, desde la Ciclococina del Patio Maravillas queremos rescatar esos trastos y que pasen de estorbo a herramienta ciclosubversiva contra el imperio del carro a motor que nos jode los pulmones a todos y provoca guerras.

Así que, por favor, IMPORTANTE, si sois tan amables podéis preguntar en vuestras comunidades si alguien se quiere deshacer de algúna bici que le moleste, por hecha polvo que esté, nosotros nos encargamos de ir a por ella y hacer desaparecer el problema.

Para colaborar o contactar para que recojan vuestra bici lo podeis hacer en ésta humilde bitácora, o en éste blog ciclerepairman.wordpress.com/, y para quienes podáis acercaros directamente con la bicicleta al Patio Maravillas (actualmente situado en Calle del Pez, 21).

Muchas gracias, y pedaleros saludos!

viernes, 9 de abril de 2010

Sostenibilidad

“Hace un par de días, tal vez tres, no pude por menos que esbozar una
sonrisa cuando leía lo de que no era sostenible los frenos de disco y doble
amortiguación para ir por el anillo ciclista, luego pensé que la señorita que
lo escribió se podía referir a otra cosa, pero que no estuvo acertada con sus
palabras, sólo era mi opinión.

Hoy, como todos los días laborables desde hace dos años, venía por el
anillo ciclista, zona Nordeste de la capital, y aunque no llevo frenos de disco
ni doble amortiguación no por ello me sentía más orgulloso ni con mi
“sostenibilidad” en estado puro.

Y claro, el anillo ciclista ya sabemos que no es perfecto, aunque en mi
caso solo tengo agradecimiento al impulsor y realizador de esta idea, ya que
gracias a ello puedo recorrer todos los días el trayecto de mi casa al trabajo
de forma segura y placentera, al menos durante la mitad de mi recorrido de 12,5
kms en su ida y otros tantos en su vuelta. Y porque no decirlo, si no existiera
el anillo ciclista, seguramente nunca hubiese descubierto la bicicleta como
medio de transporte ideal para moverse por una ciudad como Madrid… sobre el
resto de carriles bici, que han y están creando, ya sabemos que es caso aparte.

Bueno, a lo que iba… Decía que el anillo ciclista no es perfecto y
entre esas imperfecciones se encuentran los muchos semáforos que hay que parar
y pulsar un botoncito, que en algunos casos te eternizas esperando que el
ciclista rojo pase a verde y como el tiempo pasa y los coches también, pues hoy
me ha dado por contar otra vez… Uno, dos, tres, cuatro… treinta y cinco
vehículos a motor. Una, dos, tres, cuatro… treinta y ocho personas. Si
señores; 38 personas transportadas en 35 vehículos en un pequeño punto de
esta ciudad y durante un minuto y pico de contar.
¿Sostenibilidad? Ya he contado en otras ocasiones, en éste y otros puntos, y no quiero
volver a hacerlo, porque, sinceramente, se me queda una cara de acongoje, quedo
bastante triste, cabizbajo y hasta desmoralizado, así que mejor no quiero
volver a hacerlo.

Cuando veo el envoltorio actual de los Donuts, quedo triste, cuando veo
la cantidad de agua embotellada que se consume en mi empresa, en una ciudad como
Madrid con una de las mejores aguas que se pueden beber prácticamente gratis,
quedo derrotado, cuando en una empresa como en la que trabajo con 2.000
empleados acuden todos los días a trabajar con un porcentaje de 0,001 % en
bicicleta a pesar de tener el anillo ciclista a un paso y que por supuesto te
siguen mirando de forma rara y sorprendida y más de un 50% lo hace en coche
particular, quedo compungido cuando veo que la gente que me rodea no ve la
cantidad tan enorme de consumo innecesario y totalmente evitable que por
comodidad, costumbre o dejadez, practican a diario, quedo apesadumbrado y
totalmente tirado.
¿Sostenibilidad por usar frenos de disco en el anillo ciclista?... Jeje. Por supuesto, como ya he dicho antes, no estoy libre de culpa ni soy
ejemplo de nada y el haber recorrido Holanda durante casi un mes con el solo
movimiento del pedaleo de una bicicleta no es motivo de soberbia ni tampoco de
orgullo. Fui a Holanda en avión, (KLM) tanto a la ida como a la vuelta y eso
sí que sabemos es totalmente insostenible. Y cuando veo que mis potentes LEDS
de la bici actual llevan pilas contaminantes y no reutilizables también me
culpo y cuando fumo un cigarro manipulado, manufacturado, contaminado y
acribillado a impuestos, también; y cuando hago otras muchas cosas, saco una
conclusión muy clara… Yo no soy un tipo sostenible, contamino incordio al
planeta y soy bastante destructivo. Mea culpa.
Un saludo para este amigo que veo al amanecer casi todos los días en el
alto de Hortaleza, que sé es asiduo de esta bonita y preocupada
“asociación”, pero que no recuerdo el nombre, sí hombre, el del frontal en
el casco.
¡Ah¡ y a mati también, que hace mucho no se la oye decir sus cosas
siempre ocurrentes, y a “rivqa”, a la que le debo un agradecimiento
especial por una información y consejos que me dio; y a todos, todos, todos.
Abrazos, besos, salud y mucha prudencia con los que ya sabemos.”

Escrito por Alberto Guerrero en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original ->
http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/26748)

viernes, 26 de marzo de 2010

De Lavapies a Ciudad Universitaria (y 2)

Algunas de las respuestas al hilo:
“Yo te ofrezco una solución rocambolesca. Rara y larga (tampoco tanto, unos 10 km), pero sin coches:

http://tinyurl.com/ybesbph

Tiras desde Lavapiés al carril bici del pasillo Verde. Desde allí te metes en el paseo del Manzanares. Después por Senda del Rey hasta el Puente de los Franceses.

A partir de ahí tienes la ruta hacia Dehesa de la Villa que te lleva hasta la parte norte de Ciudad Universitaria:

http://tinyurl.com/ykvchce

Y todo sin coches, salvo un trozo entre el paseo del Manzanares y Senda del Rey y el de Santa María de la Cabeza. ¡Que sea Mojarrison el que se pelee con ellos, hombre ya! ;)”
Escrito por "Eulez" en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/26434)

“Por si os sirve de ayuda para empezar a moverse en bicicleta aquí os envío este video que te da muchas claves para tener un trayecto agradable:

http://www.bicinstituto.com/node/140

SALUD Y PAZ”
Escrito por Jesús Navalón en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/26448)

De Lavapiés a Ciudad Universitaria (1)

A raíz de un hilo en la lista de la BiciCrítica, preguntando por una ruta tranquila para ir de Lavapiés a Ciudad Universitaria, Agustín escribió éste mensaje (editado):

(Mensaje largo, unos 10 minutos; cada cuál, con su tiempo, si puede, decide en esta vida qué hace, y qué no; servidor sólo avisa)
----------------------------------
Si yo fuera yo, probablemente buscaría un trayecto lo más tranquilo posible. Por si sirve, te cuento algunos criterios que aplico para buscar las rutas:

- Evito las calles estrechas con un solo carril en trayectos repetidos; aunque lleven poco tráfico, si al final se te ponen detrás, dado que yo, personalmente, me pongo en medio o lo intento, entonces o bronca, y/o el automovilista de atrás, aunque no haya bronca, pierde los nervios con el puto ciclista y puede hacer cosas raras . En definitiva si hay que ir por calle estrecha de un carril estrecho, se va, pero ancha es Castilla e infinitos son los caminos del Señor.
Por otra parte, la calle estrecha, en sí misma, es un dilema, porque desde el punto de vista individual puede llegar a ser verdaderamente incómoda pero su uso, como cualquier otra, nos da presencia en la calle, es decir, desde el punto de vista colectivo nos puede beneficiar; una vez más estamos ante una versión del dilema del prisionero (http://es.wikipedia.org/wiki/Dilema_del_prisionero)

- Las calles estrechas pero de dos carriles en el mismo sentido , suelen ser las más 'tranquilas' porque te pueden adelantar; no se trata de facilitar el automovilismo, se trata de sobrevivir. Un buen ejemplo es Jorge Juan, aunque no cae cerca de la CU. Y en ocasiones aparece el Huevo de Colón porque si Sainz de Baranda es una pesadez, está Doce de Octubre que va al mismo sitio y aunque tiene doble fila endémica, en general, es más tranquila; eso sí, tampoco cae cerca de la CU ni de Lavapiés.

- Las calles con carril-bus, con aletas o sin ellas, son otra leche-comadre, porque, por ejemplo, en mi caso, casi siempre circulo fuera del carril-bus y como haya mucho tráfico, los cagaprisas se estresan y generan mal rollo porque la culpa de todo la tiene la bici; ilógico pero real. Y si se va por el carril-bus, desde el punto de vista legal, se va vendido y encima se entorpece el transporte público. Es lo que hay.

- Las calles principales rápidas con varios carriles con o sin carril-bus presentan, entre otras cosas, como la velocidad y adelantamiento a distancias peligrosas, el problema de las intersecciones, por ejemplo, con el giro a derechas desde la izda. que hacen algunos/as automovilistos/as cuando el ciclista quiere ir recto; yo nunca lo hago porque yo siempre cumplo la ley pero si se conocen bien los trayectos, he visto personas, entre las que yo, por supuesto, no estoy porque yo soy de Pedalibre y cumplo la ley, que por seguridad, si la situación lo permite, se adelantan un poco a la salida de algunos semáforos y así evitan este tema , pero, repito, yo nunca lo hago, aunque hay quien dice que miento.

- Las rotondas si llevan mucho tráfico, son infernales, mejor evitarlas; aunque queda muy cool (creo que se dice así y si no , ya me entendéis) hacerlas; luego lo puedes contar en este foro y decir que no pasa nada.

- Cuidadín con la doble fila; si nos la encontramos, señalemos muy muy bien la maniobra de adelantamiento-rebasamiento. Si conocemos las zonas de 2 filas en nuestro trayecto, nos puede ayudar a resolver las situaciones y a no cabrearnos.

- Según la ruta que lleves, :-) he visto dos estrategias que funcionan bien: o das aspecto de persona seria, no sé , de profesor de "Conocimiento del Medio" o de empleado del corteingléx o algo así, y te respetan, a veces, o, también, puedes usar la estrategia de la perla y brillar con luz propia, quizir, dar 'sensación' de 'locura', no sé, quizá haciendo eses raras , cómprate un chubasquero amarillo chillón o con rallas de tigre o un abrigo de piel de oso pero con cabeza de oso...eso despista un poco a los/as autolistos/as, lo suficiente para sortear el peligro; la cajafrutas también puede dar resultado porque con un poco de suerte el/la autolisto/a no sabrá nada de mecánica de la bici y es posible que piense que la cajafrutas, en cualquier momento, se puede caer, y eso genera más incertidumbre que la predicción del tiempo atmosférico a una semana vista, con lo que acaban reduciendo con el 'porsiacaso' entre los dientes... hay otras técnicas que funcionan relativamente bien como: establecer contacto visual, indicar que vas a torcer mucho antes de que llegue el cruce, si es que vas a torcer (eso
tiene efecto sedante en los cuatríruedos), no sé, también yo he visto ("Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser") peña con silbato en la boca para avisar al cochismo de que se va, etc.

- No te piques nunca con el autobús, si le ganas, eso infla la vanidad y eso no está bien, perderías la marcha calmosa propia de las bicicletas y seríamos un enlatado más aunque vayamos en bici... a mí me ha pasado y estoy-uve mal conmigo mismo; de nuevo busco la calma. Aunque , y esto cada persona es un mundo, si llevo una bicicleta que tiene posibilidad
de una aceleración potente, alguna situación se puede resolver quizá un poco mejor...el tema es también fastidiado porque se entra en contradicción con uno mismo que voluntariamente quiere la lentitud, pero las situaciones, en ocasiones, son jodidas.

- Como los carriles-bicio son 'peligrosos', si decides ir por alguno, no te confíes nunca...con serenidad y un ritmo calmo, mira y remira en los cruces, atento/a a imprevistos, velocidad moderada... con eso lograrás hacer del trayecto un placer, y encima seguro, con lo que podrás caer en cierta adicción a la bicicleta.
...aunque el tema es morrrocotudo ... -->quizá la lectura del Quijote puede orientar en una de las posibles naturalezas del asunto, quiero decir que:
“—Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío, y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso... Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río , de la puente y del señorío, que era en esta forma: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna».
Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: «Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre». Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre, que aún hasta agora están dudosos y suspensos, y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.”

Salvando las distancias, es decir, es posible que si creemos que los CB son peligrosos dejan de serlo y podemos ir por ellos con placer y seguridad y si no lo creemos puede que lo sean. Y ahora, vais, y lo resolvéis...Lo siento, el mundo es posible que sea así; yo no tengo la culpa.

- Las noches son más tranquilas, hay menos enlatadas/os, pero cuidado, algunos/as se drogan, fuman crack y eso, antes o mientras conducen. Además de desarrollar la vista y el oído, es necesario desarrollar el olfato; gusto y tacto, no sé, pero el sexto sentido, imprescindible. El sexto mandamiento es opcional.


- Existen mapas; mirándolos un poco se pueden encontrar buenas alternativas para ti en tu ciudad: www.openstreetmap.org -->lo que encuentres será apropiado para ti y diseñado por ti mismo. Evidente.

- No llevemos pistola ni otras armas ni mal ánimo; si logramos que no nos pillen, no busquemos la ruina, la nuestra y la de otros/as, por otro lado.

- Reivindiquemos velocidad 20 ya en Madrid, y después el cierre al tráfico 'normal' del interior del anillo de la m-30...después el de la M-40 y después extendamos el asunto desde A Coruña hasta Porbou pasando por Cabo de Gata y Huelva. ¡¡¡Viva el tren, la bici!!... los coches sólo para lo imprescindible y cuantos menos, mejor ¿no?; algunos/as ciclistas piensan el problema del ciclismo son los carriles bici pero yo opino que ese no es le problema sino que el problema es un sistema de movilidad basado en el uso indiscriminado y masivo del automóvil privado (aunque se vaya a 50). Cada cuál que piense lo que le dé la gana. El caso es que, si puedo, iré con Mojarrison a hacer bocadillos, le guste o no, al fin y al cabo, aunque no le gusten las vías ciclistas, es mi amigo.

¡Ah!, se me olvidaba, a los/as gurúx del ciclismo o de los otros asuntos, ni puto caso. Aquí o sabemos y hablamos todas/os o no sabe ni habla ni dios... lo asesinaron.

Abreviaturas: CU – Ciudad Universitaria. CB – Carril Bici

Escrito por "Agustín O." en la lista Yajú de la BiciCrítica (Para ver la entrada original -> http://es.groups.yahoo.com/group/BiciCritica/message/26466)

lunes, 8 de marzo de 2010

"La autopista del sur"

Gli automobilisti accaldati sembrano nom avere storia… Come realtà, un ingorgo automobilistico impressiona ma non ci dice gran che.
Arrigo Benedetti “L’Espresso”, Roma, 21/6/1964

Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde y, apenas salidos de Fontainbleau, han tenido que ponerse al paso, detenerse, seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse, charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con la muchacha del Dauphine a la izquierda, mirar por retrovisor al hombre pálido que conduce un Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad avícola del matrimonio del Peugeot 203 (detrás del Dauphine de la muchacha) que juega con su niñita y hace bromas y come queso, o sufrir de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos del Simca que precede al Peugeot 404, y hasta bajarse en los altos y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabe en qué momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá que correr para que los de atrás no inicien la guerra de las bocinas y los insultos), y así llegar a la altura de un Taunus delante del Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y cambiar unas frases descorazonadas o burlonas con los hombres que viajan con el niño rubio cuya inmensa diversión en esas precisas circunstancias consiste en hacer correr libremente su autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Taunus, o atreverse y avanzar todavía un poco más, puesto que no parece que los autos de adelante vayan a reanudar la marcha, y contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el ID Citroën que parece una gigantesca bañadera violeta donde sobrenadan los dos viejitos, él descansando los antebrazos en el volante con un aire de paciente fatiga, ella mordisqueando una manzana con más aplicación que ganas.

A la cuarta vez de encontrarse con todo eso, de hacer todo eso, el ingeniero había decidido no salir más de su coche, a la espera de que la policía disolviese de alguna manera el embotellamiento. El calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para que la inmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr. El 404 del ingeniero ocupa el segundo lugar de la pista de la derecha contando desde la franja divisoria de las dos pistas, con lo cual tenía otros cuatro autos a su derecha y siete a su izquierda, aunque de hecho sólo pudiera ver distintamente los ocho coches que lo rodeaban y sus ocupantes que ya había detallado hasta cansarse. Había charlado con todos, salvo con los muchachos del Simca que caían antipáticos; entre trecho y trecho se había discutido la situación en sus menores detalles, y la impresión general era que hasta Corbeil-Essones se avanzaría al paso o poco menos, pero que entre Corbeil y Juvisy el ritmo iría acelerándose una vez que los helicópteros y los motociclistas lograran quebrar lo peor del embotellamiento. A nadie le cabía duda de que algún accidente muy grave debía haberse producido en la zona, única explicación de una lentitud tan increíble. Y con eso el gobierno, el calor, los impuestos, la vialidad, un tópico tras otro, tres metros, otro lugar común, cinco metros, una frase sentenciosa o una maldición contenida.

A las dos monjitas del 2HP les hubiera convenido tanto llegar a Milly-la-Fôret antes de las ocho, pues llevaban una cesta de hortalizas para la cocinera. Al matrimonio del Peugeot 203 le importaba sobre todo no perder los juegos televisados de las nueve y media; la muchacha del Dauphine le había dicho al ingeniero que le daba lo mismo llegar más tarde a París pero que se quejaba por principio, porque le parecía un atropello someter a millares de personas a un régimen de caravana de camellos. En esas últimas horas (debían ser casi las cinco pero el calor los hostigaba insoportablemente) habían avanzado unos cincuenta metros a juicio del ingeniero, aunque uno de los hombres del Taunus que se había acercado a charlar llevando de la mano al niño con su autito, mostró irónicamente la copa de un plátano solitario y la muchacha del Dauphine recordó que ese plátano (si no era un castaño) había estado en la misma línea que su auto durante tanto tiempo que ya ni valía la pena mirar el reloj pulsera para perderse en cálculos inútiles.

No atardecía nunca, la vibración del sol sobre la pista y las carrocerías dilataba el vértigo hasta la náusea. Los anteojos negros, los pañuelos con agua de colonia en la cabeza, los recursos improvisados para protegerse, para evitar un reflejo chirriante o las bocanadas de los caños de escape a cada avance, se organizaban y perfeccionaban, eran objeto de comunicación y comentario. El ingeniero bajó otra vez para estirar las piernas, cambió unas palabras con la pareja de aire campesino del Ariane que precedía al 2HP de las monjas. Detrás del 2HP había un Volkswagen con un soldado y una muchacha que parecían recién casados. La tercera fila hacia el exterior dejaba de interesarle porque hubiera tenido que alejarse peligrosamente del 404; veía colores, formas, Mercedes Benz, ID, 4R, Lancia, Skoda, Morris Minor, el catálogo completo. A la izquierda, sobre la pista opuesta, se tendía otra maleza inalcanzable de Renault, Anglia, Peugeot, Porsche, Volvo; era tan monótono que al final, después de charlar con los dos hombres del Taunus y de intentar sin éxito un cambio de impresiones con el solitario conductor del Caravelle, no quedaba nada mejor que volver al 404 y reanudar la misma conversación sobre la hora, las distancias y el cine con la muchacha del Dauphine.

A veces llegaba un extranjero, alguien que se deslizaba entre los autos viniendo desde el otro lado de la pista o desde la filas exteriores de la derecha, y que traía alguna noticia probablemente falsa repetida de auto en auto a lo largo de calientes kilómetros. El extranjero saboreaba el éxito de sus novedades, los golpes de las portezuelas cuando los pasajeros se precipitaban para comentar lo sucedido, pero al cabo de un rato se oía alguna bocina o el arranque de un motor, y el extranjero salía corriendo, se lo veía zigzaguear entre los autos para reintegrase al suyo y no quedar expuesto a la justa cólera de los demás. A lo largo de la tarde se había sabido así del choque de un Floride contra un 2HP cerca de Corbeil, tres muertos y un niño herido, el doble choque de un Fiat 1500 contra un furgón Renault que había aplastado un Austin lleno de turistas ingleses, el vuelco de un autocar de Orly colmado de pasajeros procedentes del avión de Copenhague. El ingeniero estaba seguro de que todo o casi todo era falso, aunque algo grave debía haber ocurrido cerca de Corbeil e incluso en las proximidades de París para que la circulación se hubiera paralizado hasta ese punto. Los campesinos del Ariane, que tenían una granja del lado de Montereau y conocían bien la región, contaban con otro domingo en que el tránsito había estado detenido durante cinco horas, pero ese tiempo empezaba a parecer casi nimio ahora que el sol, acostándose hacia la izquierda de la ruta, volcaba en cada auto una última avalancha de jalea anaranjada que hacía hervir los metales y ofuscaba la vista, sin que jamás una copa de árbol desapareciera del todo a la espalda, sin que otra sombra apenas entrevista a la distancia se acercara como para poder sentir de verdad que la columna se estaba moviendo aunque fuera apenas, aunque hubiera que detenerse y arrancar y bruscamente clavar el freno y no salir nunca de la primera velocidad, del desencanto insultante de pasar una vez más de la primera al punto muerto, freno de pie, freno de mano, stop, y así otra vez y otra vez y otra.

En algún momento, harto de inacción, el ingeniero se había decidido a aprovechar un alto especialmente interminable para recorrer las filas de la izquierda, y dejando a su espalda el Dauphine había encontrado un DKW, otro 2HP, un Fiat 600, y se había detenido junto a un De Soto para cambiar impresiones con el azorado turista de Washington que no entendía casi el francés pero que tenía que estar a las ocho en la Place de l’Opéra sin falta you understand, my wife will be awfully anxious, damn it, y se hablaba un poco de todo cuando un hombre con aire de viajante de comercio salió del DKW para contarles que alguien había llegado un rato antes con la noticia de que un Piper Club se había estrellado en plena autopista, varios muertos. Al americano el Piper Club lo tenía profundamente sin cuidado, y también al ingeniero que oyó un coro de bocinas y se apresuró a regresar al 404, transmitiendo de paso las novedades a los dos hombres del Taunus y al matrimonio del 203. Reservó una explicación más detallada para la muchacha del Dauphine mientras los coches avanzaban lentamente unos pocos metros (ahora el Dauphine estaba ligeramente retrasado con relación al 404, y más tarde sería al revés, pero de hecho las doce filas se movían prácticamente en bloque, como si un gendarme invisible en el fondo de la autopista ordenara el avance simultáneo sin que nadie pudiese obtener ventajas). Piper Club, señorita, es un pequeño avión de paseo. Ah. Y la mala idea de estrellarse en plena autopista un domingo de tarde. Esas cosas. Si por lo menos hiciera menos calor en los condenados autos, si esos árboles de la derecha quedaran por fin a la espalda, si la última cifra del cuentakilómetros acabara de caer en su agujerito negro en vez de seguir suspendida por la cola, interminablemente.

En algún momento (suavemente empezaba a anochecer, el horizonte de techos de automóviles se teñía de lila) una gran mariposa blanca se posó en el parabrisas del Dauphine, y la muchacha y el ingeniero admiraron sus alas en la breve y perfecta suspensión de su reposo; la vieron alejarse con una exasperada nostalgia, sobrevolar el Taunus, el ID violeta de los ancianos, ir hacia el Fiat 600 ya invisible desde el 404, regresar hacia el Simca donde una mano cazadora trató inútilmente de atraparla, aletear amablemente sobre el Ariane de los campesinos que parecían estar comiendo alguna cosa, y perderse después hacia la derecha. Al anochecer la columna hizo un primer avance importante, de casi cuarenta metros; cuando el ingeniero miró distraídamente el cuentakilómetros, la mitad del 6 había desaparecido y un asomo del 7 empezaba a descolgarse de lo alto. Casi todo el mundo escuchaba sus radios, los del Simca la habían puesto a todo trapo y coreaban un twist con sacudidas que hacían vibrar la carrocería; las monjas pasaban las cuentas de sus rosarios, el niño del Taunus se había dormido con la cara pegada a un cristal, sin soltar el auto de juguete. En algún momento (ya era noche cerrada) llegaron extranjeros con más noticias, tan contradictorias como las otras ya olvidadas, No había sido un Piper Club sino un planeador piloteado por la hija de un general. Era exacto que un furgón Renault había aplastado un Austin, pero no en Juvisy sino casi en las puertas de París; uno de los extranjeros explicó al matrimonio del 203 que el macadam de la autopista había cedido a la altura de Igny y que cinco autos habían volcado al meter las ruedas delanteras en la grieta. La idea de una catástrofe natural se propagó hasta el ingeniero, que se encogió de hombros sin hacer comentarios. Más tarde, pensando en esas primeras horas de oscuridad en que habían respirado un poco más libremente, recordó que en algún momento había sacado el brazo por la ventanilla para tamborilear en la carrocería del Dauphine y despertar a la muchacha que se había dormido reclinada sobre el volante, sin preocuparse de un nuevo avance. Quizá ya era medianoche cuando una de las monjas le ofreció tímidamente un sándwich de jamón, suponiendo que tendría hambre. El ingeniero lo aceptó por cortesía (en realidad sentía náuseas) y pidió permiso para dividirlo con la muchacha del Dauphine, que aceptó y comió golosamente el sándwich y la tableta de chocolate que le había pasado el viajante del DKW, su vecino de la izquierda. Mucha gente había salido de los autos recalentados, porque otra vez llevaban horas sin avanzar; se empezaba a sentir sed, ya agotadas las botellas de limonada, la coca-cola y hasta los vinos de a bordo. La primera en quejarse fue la niña del 203, y el soldado y el ingeniero abandonaron los autos junto con el padre de la niña para buscar agua. Delante del Simca, donde la radio parecía suficiente alimento, el ingeniero encontró un Beaulieu ocupado por una mujer madura de ojos inquietos. No, no tenía agua pero podía darle unos caramelos para la niña. El matrimonio del ID se consultó un momento antes de que la anciana metiera las manos en un bolso y sacara una pequeña lata de jugo de frutas. El ingeniero agradeció y quiso saber si tenían hambre y si podía serles útil; el viejo movió negativamente la cabeza, pero la mujer pareció asentir sin palabras. Más tarde la muchacha del Dauphine y el ingeniero exploraron juntos las filas de la izquierda, sin alejarse demasiado; volvieron con algunos bizcochos y los llevaron a la anciana del ID, con el tiempo justo para regresar corriendo a sus autos bajo una lluvia de bocinas.

Aparte de esas mínimas salidas, era tan poco lo que podía hacerse que las horas acababan por superponerse, por ser siempre la misma en el recuerdo; en algún momento el ingeniero pensó en tachar ese día en su agenda y contuvo una risotada, pero más adelante, cuando empezaron los cálculos contradictorios de las monjas, los hombres del Taunus y la muchacha del Dauphine, se vio que hubiera convenido llevar mejor la cuenta. Las diarios locales habían suspendido las emisiones, y sólo el viajante del DKW tenía un aparato de ondas cortas que se empeñaba en transmitir noticias bursátiles.. Hacia las tres de la madrugada pareció llegarse a un acuerdo tácito para descansar, y hasta el amanecer la columna no se movió. Los muchachos del Simca sacaron unas camas neumáticas y se tendieron al lado del auto; el ingeniero bajó el respaldo de los asientos delanteros del 404 y ofreció las cuchetas a las monjas, que rehusaron; antes de acostarse un rato, el ingeniero pensó en la muchacha del Dauphine, muy quieta contra el volante, y como sin darle importancia le propuso que cambiaran de autos hasta el amanecer; ella se negó, alegando que podía dormir muy bien de cualquier manera. Durante un rato se oyó llorar al niño del Taunus, acostado en el asiento trasero donde debía tener demasiado calor. Las monjas rezaban todavía cuando el ingeniero se dejó caer en la cucheta y se fue quedando dormido, pero su sueño seguía demasiado cerca de la vigilia y acabó por despertarse sudoroso e inquieto, sin comprender en un primer momento dónde estaba; enderezándose, empezó a percibir los confusos movimientos del exterior, un deslizarse de sombras entre los autos, y vio un bulto que se alejaba hacia el borde de la autopista; adivinó las razones, y más tarde también él salió del auto sin hacer ruido y fue a aliviarse al borde de la ruta; no había setos ni árboles, solamente el campo negro y sin estrellas, algo que parecía un muro abstracto limitando la cinta blanca del macadam con su río inmóvil de vehículos, Casi tropezó con el campesino del Ariane, que balbuceó una frase ininteligible; al olor de la gasolina, persistente en la autopista recalentada, se sumaba ahora la presencia más ácida del hombre, y el ingeniero volvió lo antes posible a su auto. La chica del Dauphine dormía apoyada sobre el volante, un mechón de pelo contra los ojos; antes de subir al 404, el ingeniero se divirtió explorando en la sombra su perfil, adivinando la curva de los labios que soplaban suavemente. Del otro lado, el hombre del DKW miraba también dormir a la muchacha, fumando en silencio.

Por la mañana se avanzó muy poco pero lo bastante como para darles la esperanza de que esa tarde se abriría la ruta hacia París. A las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habían rellenado las grietas y pronto se podría circular normalmente. Los muchachos del Simca encendieron la radio y uno de ellos trepó al techo del auto y gritó y cantó. El ingeniero se dijo que la noticia era tan dudosa como las de la víspera, y que el extranjero había aprovechado la alegría del grupo para pedir y obtener una naranja que le dio el matrimonio del Ariane. Más tarde llegó otro extranjero con la misma treta, pero nadie quiso darle nada. El calor empezaba a subir y la gente prefería quedarse en los autos a la espera de que se concretaran las buenas noticias. A mediodía la niña del 203 empezó a llorar otra vez, y la muchacha del Dauphine fue a jugar con ella y se hizo amiga del matrimonio. Los del 203 no tenían suerte; a su derecha estaba el hombre silencioso del Caravelle, ajeno a todo lo que ocurría en torno, y a su izquierda tenían que aguantar la verbosa indignación del conductor de un Floride, para quien el embotellamiento era una afrenta exclusivamente personal. Cuando la niña volvió a quejarse de sed, al ingeniero se le ocurrió ir a hablar con los campesinos del Ariane, seguro de que en ese auto había cantidad de provisiones. Para su sorpresa los campesinos se mostraron muy amables; comprendían que en una situación semejante era necesario ayudarse, y pensaban que si alguien se encargaba de dirigir el grupo (la mujer hacía un gesto circular con la mano, abarcando la docena de autos que los rodeaba) no se pasarían apreturas hasta llegar a Paría. Al ingeniero lo molestaba la idea de erigirse en organizador, y prefirió llamar a los hombres del Taunus para conferenciar con ellos y con el matrimonio del Ariane. Un rato después consultaron sucesivamente a todos los del grupo. El joven soldado del Volkswagen estuvo inmediatamente de acuerdo, y el matrimonio del 203 ofreció las pocas provisiones que les quedaban (la muchacha del Dauphine había conseguido un vaso de granadina con agua para la niña, que reía y jugaba). Uno de los hombres del Taunus, que había ido a consultar a los muchachos del Simca, obtuvo un asentimiento burlón; el hombre pálido del Caravelle se encogió de hombros y dijo que le daba lo mismo, que hicieran lo que les pareciese mejor. Los ancianos del ID y la señora del Beaulieu se mostraron visiblemente contentos, como si se sintieran más protegidos. Los pilotos del Floride y del DKW no hicieron observaciones, y el americano del De Soto los miró asombrado y dijo algo sobre la voluntad de Dios. Al ingeniero le resultó fácil proponer que uno de los ocupantes del Taunus, en que tenía una confianza instintiva, se encargará de coordinar las actividades. A nadie le faltaría de comer por el momento, pero era necesario conseguir agua; el jefe, al que los muchachos del Simca llamaban Taunus a secas para divertirse, pidió al ingeniero, al soldado y a uno de los muchachos que exploraran la zona circundante de la autopista y ofrecieran alimentos a cambio de bebidas. Taunus, que evidentemente sabía mandar, había calculado que deberían cubrirse las necesidades de un día y medio como máximo, poniéndose en la posición menos optimista. En el 2HP de las monjas y en el Ariane de los campesinos había provisiones suficientes para ese tiempo, y si los exploradores volvían con agua el problema quedaría resuelto. Pero solamente el soldado regresó con una cantimplora llena, cuyo dueño exigía en cambio comida para dos personas. El ingeniero no encontró a nadie que pudiera ofrecer agua, pero el viaje le sirvió para advertir que más allá de su grupo se estaban constituyendo otras células con problemas semejantes; en un momento dado el ocupante de un Alfa Romeo se negó a hablar con él del asunto, y le dijo que se dirigiera al representante de su grupo, cinco autos atrás en la misma fila. Más tarde vieron volver al muchacho del Simca que no había podido conseguir agua, pero Taunus calculó que ya tenían bastante para los dos niños, la anciana del ID y el resto de las mujeres. El ingeniero le estaba contando a la muchacha del Dauphine su circuito por la periferia (era la una de la tarde, y el sol los acorralaba en los autos) cuando ella lo interrumpió con un gesto y le señaló el Simca. En dos saltos el ingeniero llegó hasta el auto y sujetó por el codo a uno de los muchachos, que se repantigaba en su asiento para beber a grandes tragos de la cantimplora que había traído escondida en la chaqueta. A su gesto iracundo, el ingeniero respondió aumentando la presión en el brazo; el otro muchacho bajó del auto y se tiró sobre el ingeniero, que dio dos pasos atrás y lo esperó casi con lástima. El soldado ya venía corriendo, y los gritos de las monjas alertaron a Taunus y a su compañero; Taunus escuchó lo sucedido, se acercó al muchacho de la botella y le dio un par de bofetadas. El muchacho gritó y protestó, lloriqueando, mientras el otro rezongaba sin atreverse a intervenir. El ingeniero le quitó la botella y se la alcanzó a Taunus. Empezaban a sonar bocinas y cada cual regresó a su auto, por lo demás inútilmente puesto que la columna avanzó apenas cinco metros.

A la hora de la siesta, bajo un sol todavía más duro que la víspera, una de las monjas se quitó la toca y su compañera le mojó las sienes con agua de colonia. Las mujeres improvisaban de a poco sus actividades samaritanas, yendo de un auto a otro, ocupándose de los niños para que los hombres estuvieran más libres: nadie se quejaba pero el buen humor era forzado, se basaba siempre en los mismos juegos de palabras, en un escepticismo de buen tono. Para el ingeniero y la muchacha del Dauphine, sentirse sudorosos y sucios era la vejación más grande; lo enternecía casi la rotunda indiferencia del matrimonio de campesinos al olor que les brotaba de las axilas cada vez que venían a charlar con ellos o a repetir alguna noticia de último momento. Hacia el atardecer el ingeniero miró casualmente por el retrovisor y encontró como siempre la cara pálida y de rasgos tensos del hombre del Caravelle, que al igual que el gordo piloto del Floride se había mantenido ajeno a todas las actividades. Le pareció que sus facciones se habían afilado todavía más, y se preguntó si no estaría enfermo. Pero después, cuando al ir a charlar con el soldado y su mujer tuvo ocasión de mirarlo desde más cerca, se dijo que ese hombre no estaba enfermo; era otra cosa, una separación, por darle algún nombre. El soldado del Volkswagen le contó más tarde que a su mujer le daba miedo ese hombre silencioso que no se apartaba jamás del volante y que parecía dormir despierto. Nacían hipótesis, se creaba un folklore para luchar contra la inacción. Los niños del Taunus y el 203 se habían hecho amigos y se habían peleado y luego se habían reconciliado; sus padres se visitaban, y la muchacha del Dauphine iba cada tanto a ver cómo se sentían la anciana del ID y la señora del Beaulieu. Cuando al atardecer soplaron bruscamente una ráfagas tormentosas y el sol se perdió entre las nubes que se alzaban al oeste, la gente se alegró pensando que iba a refrescar. Cayeron algunas gotas, coincidiendo con un avance extraordinario de casi cien metros; a lo lejos brilló un relámpago y el calor subió todavía más. Había tanta electricidad en la atmósfera que Taunus, con un instinto que el ingeniero admiró sin comentarios, dejó al grupo en paz hasta la noche, como si temiera los efectos del cansancio y el calor. A las ocho las mujeres se encargaron de distribuir las provisiones; se había decidido que el Ariane de los campesinos sería el almacén general, y que el 2HP de las monjas serviría de depósito suplementario. Taunus había ido en persona a hablar con los jefes de los cuatro o cinco grupos vecinos; después, con ayuda del soldado y el hombre del 203, llevó una cantidad de alimentos a los grupos, regresando con más agua y un poco de vino. Se decidió que los muchachos del Simca cederían sus colchones neumáticos a la anciana del ID y a la señora del Beaulieu; la muchacha del Dauphine les llevó dos mantas escocesas y el ingeniero ofreció su coche, que llamaba burlonamente el wagon-lit, a quienes lo necesitaran. Para su sorpresa, la muchacha del Dauphine aceptó el ofrecimiento y esa noche compartió las cuchetas del 404 con una de las monjas; la otra fue a dormir al 203 junto a la niña y su madre, mientras el marido pasaba la noche sobre el macadam, envuelto en una frazada. El ingeniero no tenía sueño y jugó a los dados con Taunus y su amigo; en algún momento se les agregó el campesino del Ariane y hablaron de política bebiendo unos tragos del aguardiente que el campesino había entregado a Taunus esa mañana. La noche no fue mala; había refrescado y brillaban algunas estrellas entre las nubes.

Hacia el amanecer los ganó el sueño, esa necesidad de estar a cubierto que nacía con la grisalla del alba. Mientras Taunus dormía junto al niño en el asiento trasero, su amigo y el ingeniero descansaron un rato en la delantera. Entre dos imágenes de sueño, el ingeniero creyó oír gritos a la distancia y vio un resplandor indistinto; el jefe de otro grupo vino a decirles que treinta autos más adelante había habido un principio de incendio en un Estafette, provocado por alguien que había querido hervir clandestinamente unas legumbres. Taunus bromeó sobre lo sucedido mientras iba de auto en auto para ver cómo habían pasado todos la noche, pero a nadie se le escapó lo que quería decir. Esa mañana la columna empezó a moverse muy temprano y hubo que correr y agitarse para recuperar los colchones y las mantas, pero como en todas partes debía estar sucediendo lo mismo nadie se impacientaba ni hacía sonar las bocinas. A mediodía habían avanzado más de cincuenta metros, y empezaba a divisarse la sombra de un bosque a la derecha de la ruta. Se envidiaba la suerte de los que en ese momento podían ir hasta la banquina y aprovechar la frescura de la sombra; quizá había un arroyo, o un grifo de agua potable. La muchacha del Dauphine cerró los ojos y pensó en una ducha cayéndole por el cuello y la espalda, corriéndole por las piernas; el ingeniero, que la miraba de reojo, vio dos lágrimas que le resbalaban por las mejillas.

Taunus, que acababa de adelantarse hasta el ID, vino a buscar a las mujeres más jóvenes para que atendieran a la anciana que no se sentía bien. El jefe del tercer grupo a retaguardia contaba con un médico entre sus hombres, y el soldado corrió a buscarlo. Al ingeniero, que había seguido con irónica benevolencia los esfuerzos de los muchachitos del Simca para hacerse perdonar su travesura, entendió que era el momento de darles su oportunidad. Con los elementos de una tienda de campaña los muchachos cubrieron la ventanilla del 404, y el wagon-lit se transformó en ambulancia para que la anciana descansara en una oscuridad relativa. Su marido se tendió a su lado, teniéndole la mano, y los dejaron solos con el médico. Después las monjas se ocuparon de la anciana, que se sentía mejor, y el ingeniero pasó la tarde como pudo, visitando otros autos y descansando en el de Taunus cuando el sol castigaba demasiado; sólo tres veces le tocó correr hasta su auto, donde los viejitos parecían dormir, para hacerlo avanzar junto con la columna hasta el alto siguiente. Los ganó la noche sin que hubiesen llegado a la altura del bosque.

Hacia las dos de la madrugada bajó la temperatura, y los que tenían mantas se alegraron de poder envolverse en ellas. Como la columna no se movería hasta el alba (era algo que se sentía en el aire, que venía desde el horizonte de autos inmóviles en la noche) el ingeniero y Taunus se sentaron a fumar y a charlar con el campesino del Ariane y el soldado. Los cálculos de Taunus no correspondían ya a la realidad, y lo dijo francamente; por la mañana habría que hacer algo para conseguir más provisiones y bebidas. El soldado fue a buscar a los jefes de los grupos vecinos, que tampoco dormían, y se discutió el problema en voz baja para no despertar a las mujeres. Los jefes habían hablado con los responsables de los grupos más alejados, en un radio de ochenta o cien automóviles, y tenían la seguridad de que la situación era análoga en todas partes. El campesino conocía bien la región y propuso que dos o tres hombres de cada grupo saliera al alba para comprar provisiones en las granjas cercanas, mientras Taunus se ocupaba de designar pilotos para los autos que quedaran sin dueño durante la expedición. La idea era buena y no resultó difícil reunir dinero entre los asistentes; se decidió que el campesino, el soldado y el amigo de Taunus irían juntos y llevarían todas las bolsas, redes y cantimploras disponibles. Los jefes de los otros grupos volvieron a sus unidades para organizar expediciones similares, y al amanecer se explicó la situación a las mujeres y se hizo lo necesario para que la columna pudiera seguir avanzando. La muchacha del Dauphine le dijo al ingeniero que la anciana ya estaba mejor y que insistía en volver a su ID; a las ocho llegó el médico, que no vio inconvenientes en que el matrimonio regresara a su auto. De todos modos, Taunus decidió que el 404 quedaría habilitado permanentemente como ambulancia; los muchachos, para divertirse, fabricaron un banderín con una cruz roja y lo fijaron en la antena del auto. Hacía ya rato que la gente prefería salir lo menos posible de sus coches; la temperatura seguía bajando y a mediodía empezaron los chaparrones y se vieron relámpagos a la distancia. La mujer del campesino se apresuró a recoger agua con un embudo y una jarra de plástico, para especial regocijo de los muchachos del Simca. Mirando todo eso, inclinado sobre el volante donde había un libro abierto que no le interesaba demasiado, el ingeniero se preguntó por qué los expedicionarios tardaban tanto en regresar; más tarde Taunus lo llamó discretamente a su auto y cuando estuvieron dentro le dijo que habían fracasado. El amigo de Taunus dio detalles: las granjas estaban abandonadas o la gente se negaba a venderles nada, aduciendo las reglamentaciones sobre ventas a particulares y sospechando que podían ser inspectores que se valían de las circunstancias para ponerlos a prueba. A pesar de todo habían podido traer una pequeña cantidad de agua y algunas provisiones, quizá robadas por el soldado que sonreía sin entrar en detalles. Desde luego ya no se podía pasar mucho tiempo sin que cesara el embotellamiento, pero los alimentos de que se disponía no eran los más adecuados para los dos niños y la anciana. El médico, que vino hacia las cuatro y media para ver a la enferma, hizo un gesto de exasperación y cansancio y dijo a Taunus que en su grupo y en todos los grupos vecinos pasaba lo mismo. Por la radio se había hablado de una operación de emergencia para despejar la autopista, pero aparte de un helicóptero que apareció brevemente al anochecer no se vieron otros aprestos. De todas maneras hacía cada vez menos calor, y la gente parecía esperar la llegada de la noche para taparse con las mantas y abolir en el sueño algunas horas más de espera. Desde su auto el ingeniero escuchaba la charla de la muchacha del Dauphine con el viajante del DKW, que le contaba cuentos y la hacía reír sin ganas. Lo sorprendió ver a la señora del Beaulieu que casi nunca abandonaba su auto, y bajó para saber si necesitaba alguna cosa, pero la señora buscaba solamente las últimas noticias y se puso a hablar con las monjas. Un hastío sin nombre pesaba sobre ellos al anochecer; se esperaba más del sueño que de las noticias siempre contradictorias o desmentidas. El amigo de Taunus llegó discretamente a buscar al ingeniero, al soldado y al hombre del 203. Taunus les anunció que el tripulante del Floride acababa de desertar; uno de los muchachos del Simca había visto el coche vacío, y después de un rato se había puesto a buscar a su dueño para matar el tedio. Nadie conocía mucho al hombre gordo del Floride, que tanto había protestado el primer día aunque después acabara de quedarse tan callado como el piloto del Caravelle.. Cuando a las cinco de la mañana no quedó la menor duda de que Floride, como se divertían en llamarlo los chicos del Simca, había desertado llevándose un valija de mano y abandonando otra llena de camisas y ropa interior, Taunus decidió que uno de los muchachos se haría cargo del auto abandonado para no inmovilizar la columna. A todos los había fastidiado vagamente esa deserción en la oscuridad, y se preguntaban hasta dónde habría podido llegar Floride en su fuga a través de los campos. Por lo demás parecía ser la noche de las grandes decisiones: tendido en su cucheta del 404, al ingeniero le pareció oír un quejido, pero pensó que el soldado y su mujer serían responsables de algo que, después de todo, resultaba comprensible en plena noche y en esas circunstancias. Después lo pensó mejor y levantó la lona que cubría la ventanilla trasera; a la luz de unas pocas estrellas vio a un metro y medio el eterno parabrisas del Caravelle y detrás, como pegada al vidrio y un poco ladeada, la cara convulsa del hombre. Sin hacer ruido salió por el lado izquierdo para no despertar a la monjas, y se acercó al Caravelle. Después buscó a Taunus, y el soldado corrió a prevenir al médico. Desde luego el hombre se había suicidado tomando algún veneno; las líneas a lápiz en la agenda bastaban, y la carta dirigida a una tal Ivette, alguien que lo había abandonado en Vierzon. Por suerte la costumbre de dormir en los autos estaba bien establecida (las noches eran ya tan frías que a nadie se le hubiera ocurrido quedarse fuera) y a pocos les preocupaba que otros anduvieran entre los coches y se deslizaran hacia los bordes de la autopista para aliviarse. Taunus llamó a un consejo de guerra, y el médico estuvo de acuerdo con su propuesta. Dejar el cadáver al borde de la autopista significaba someter a los que venían más atrás a una sorpresa por lo menos penosa: llevarlo más lejos, en pleno campo, podía provocar la violenta repulsa de los lugareños, que la noche anterior habían amenazado y golpeado a un muchacho de otro grupo que buscaba de comer. El campesino del Ariane y el viajante del DKW tenían lo necesario para cerrar herméticamente el portaequipaje del Caravelle. Cuando empezaban su trabajo se les agregó la muchacha del Dauphine, que se colgó temblando del brazo del ingeniero. Él le explicó en voz baja lo que acababa de ocurrir y la devolvió a su auto, ya más tranquila. Taunus y sus hombres habían metido el cuerpo en el portaequipajes, y el viajante trabajó con scotch tape y tubos de cola líquida a la luz de la linterna del soldado. Como la mujer del 203 sabía conducir, Taunus resolvió que su marido se haría cargo del Caravelle que quedaba a la derecha del 203; así, por la mañana, la niña del 203 descubrió que su papá tenía otro auto, y jugó horas y horas a pasar de uno a otro y a instalar parte de sus juguetes en el Caravelle.

Por primera vez el frío se hacía sentir en pleno día, y nadie pensaba en quitarse las chaquetas. La muchacha del Dauphine y las monjas hicieron el inventario de los abrigos disponibles en el grupo. Había unos pocos pulóveres que aparecían por casualidad en los autos o en alguna valija, mantas, alguna gabardina o abrigo ligero. Otra vez volvía a faltar el agua, y Taunus envió a tres de sus hombres, entre ellos el ingeniero, para que trataran de establecer contacto con los lugareños. Sin que pudiera saberse por qué, la resistencia exterior era total; bastaba salir del límite de la autopista para que desde cualquier sitio llovieran piedras. En plena noche alguien tiró una guadaña que golpeó el techo del DKW y cayó al lado del Dauphine. El viajante se puso muy pálido y no se movió de su auto, pero el americano del De Soto (que no formaba parte del grupo de Taunus pero que todos apreciaban por su buen humor y sus risotadas) vino a la carrera y después de revolear la guadaña la devolvió campo afuera con todas sus fuerzas, maldiciendo a gritos. Sin embargo, Taunus no creía que conviniera ahondar la hostilidad; quizás fuese todavía posible hacer una salida en busca de agua.

Ya nadie llevaba la cuenta de lo que se había avanzado ese día o esos días; la muchacha del Dauphine creía que entre ochenta y doscientos metros; el ingeniero era menos optimista pero se divertía en prolongar y complicar los cálculos con su vecina, interesado de a ratos en quitarle la compañía del viajante del DKW que le hacía la corte a su manera profesional. Esa misma tarde el muchacho encargado del Floride corrió a avisar a Taunus que un Ford Mercury ofrecía agua a buen precio. Taunus se negó, pero al anochecer una de las monjas le pidió al ingeniero un sorbo de agua para la anciana del ID que sufría sin quejarse, siempre tomada de la mano de su marido y atendida alternativamente por las monjas y la muchacha del Dauphine. Quedaba medio litro de agua, y las mujeres lo destinaron a la anciana y a la señora del Beaulieu. Esa misma noche Taunus pagó de su bolsillo dos litros de agua; el Ford Mercury prometió conseguir más para el día siguiente, al doble del precio. Era difícil reunirse para discutir, porque hacía tanto frío que nadie abandonaba los autos como no fuera por un motivo imperioso. Las baterías empezaban a descargarse y no se podía hacer funcionar todo el tiempo la calefacción; Taunus decidió que los dos coches mejor equipados se reservarían llegado el caso para los enfermos. Envueltos en mantas (los muchachos del Simca habían arrancado el tapizado de su auto para fabricarse chalecos y gorros, y otros empezaron a imitarlos), cada uno trataba de abrir lo menos posible las portezuelas para conservar el calor. En alguna de esas noches heladas el ingeniero oyó llorar ahogadamente a la muchacha del Dauphine. Sin hacer ruido, abrió poco a poco la portezuela y tanteó en la sombra hasta rozar una mejilla mojada. Casi sin resonancia la chica se dejó atraer al 404; el ingeniero la ayudó a tenderse en la cucheta, la abrigó con la única manta y le echó encima su gabardina. La oscuridad era más densa en el coche ambulancia, con sus ventanillas tapadas por las lomas de la rienda. En algún momento el ingeniero bajó los dos parasoles y colgó de ellos su camisa y un pulóver para aislar completamente el auto. Hacia el amanecer ella le dijo al oído que antes de empezar a llorar había creído ver a lo lejos, sobre la derecha, las luces de una ciudad.

Quizá fuera una ciudad pero las nieblas de la mañana no dejaban ver ni a veinte metros. Curiosamente ese día la columna avanzó bastante más, quizás doscientos o trescientos metros. Coincidió con nuevos anuncios de la radio (que casi nadie escuchaba, salvo Taunus que se sentía obligado a mantenerse al corriente); los locutores hablaban enfáticamente de medidas de excepción que liberarían la autopista, y se hacían referencias al agotador trabajo de las cuadrillas camineras y de las fuerzas policiales. Bruscamente, una de las monjas deliró. Mientras su compañera la contemplaba aterrada y la muchacha del Dauphine le humedecía las sienes con un resto de perfume, la monja hablo de Armagedón, del noveno día, de la cadena de cinabrio. El médico vino mucho después, abriéndose paso entre la nieve que caía desde el mediodía y amurallaba poco a poco los autos. Deploró la carencia de una inyección calmante y aconsejó que llevaran a la monja a un auto con buena calefacción. Taunus la instaló en su coche, y el niño pasó al Caravelle donde también estaba su amiguita del 203; jugaban con sus autos y se divertían mucho porque eran los únicos que no pasaban hambre. Todo ese día y los siguientes nevó casi de continuo, y cuando la columna avanzaba unos metros había que despejar con medios improvisados las masas de nieve amontonadas entre los autos.

A nadie se le hubiera ocurrido asombrarse por la forma en que se obtenían las provisiones y el agua. Lo único que podía hacer Taunus era administrar los fondos comunes y tratar de sacar el mejor partido posible de algunos trueques. El Ford Mercury y un Porsche venían cada noche a traficar con las vituallas; Taunus y el ingeniero se encargaban de distribuirlas de acuerdo con el estado físico de cada uno. Increíblemente la anciana del ID sobrevivía, perdida en un sopor que las mujeres se cuidaban de disipar. La señora del Beaulieu que unos días antes había sufrido de náuseas y vahídos, se había repuesto con el frío y era de las que más ayudaba a la monja a cuidar a su compañera, siempre débil y un poco extraviada. La mujer del soldado y del 203 se encargaban de los dos niños; el viajante del DKW, quizá para consolarse de que la ocupante del Dauphine hubiera preferido al ingeniero, pasaba horas contándoles cuentos a los niños. En la noche los grupos ingresaban en otra vida sigilosa y privada; las portezuelas se abrían silenciosamente para dejar entrar o salir alguna silueta aterida; nadie miraba a los demás, los ojos tan ciegos como la sombra misma. Bajo mantas sucias, con manos de uñas crecidas, oliendo a encierro y a ropa sin cambiar, algo de felicidad duraba aquí y allá. La muchacha del Dauphine no se había equivocado: a lo lejos brillaba una ciudad, y poco y a poco se irían acercando. Por las tardes el chico del Simca se trepaba al techo de su coche, vigía incorregible envuelto en pedazos de tapizado y estopa verde. Cansado de explorar el horizonte inútil, miraba por milésima vez los autos que lo rodeaban; con alguna envidia descubría a Dauphine en el auto del 404, una mano acariciando un cuello, el final de un beso. Por pura broma, ahora que había reconquistado la amistad del 404, les gritaba que la columna iba a moverse; entonces Dauphine tenía que abandonar al 404 y entrar en su auto, pero al rato volvía a pasarse en buscar de calor, y al muchacho del Simca le hubiera gustado tanto poder traer a su coche a alguna chica de otro grupo, pero no era ni para pensarlo con ese frío y esa hambre, sin contar que el grupo de más adelante estaba en franco tren de hostilidad con el de Taunus por una historia de un tubo de leche condensada, y salvo las transacciones oficiales con Ford Mercury y con Porsche no había relación posible con los otros grupos. Entonces el muchacho del Simca suspiraba descontento y volvía a hacer de vigía hasta que la nieve y el frío lo obligaban a meterse tiritando en su auto.

Pero el frío empezó a ceder, y después de un período de lluvias y vientos que enervaron los ánimos y aumentaron las dificultades de aprovisionamiento, siguieron días frescos y soleados en que ya era posible salir de los autos, visitarse, reanudar relaciones con los grupos de vecinos. Los jefes habían discutido la situación, y finalmente se logró hacer la paz con el grupo de más adelante. De la brusca desaparición del Ford Mercury se habló mucho tiempo sin que nadie supiera lo que había podido ocurrirle, pero Porsche siguió viniendo y controlando el mercado negro. Nunca faltaban del todo el agua o las conservas, aunque los fondos del grupo disminuían y Taunus y el ingeniero se preguntaban qué ocurriría el día en que no hubiera más dinero para Porsche. Se habló de un golpe de mano, de hacerlo prisionero y exigirle que revelara la fuente de los suministros, pero en esos días la columna había avanzado un buen trecho y los jefes prefirieron seguir esperando y evitar el riesgo de echarlo todo a perder por una decisión violenta. Al ingeniero, que había acabado por ceder a una indiferencia casi agradable, lo sobresaltó por un momento el tímido anuncio de la muchacha del Dauphine, pero después comprendió que no se podía hacer nada para evitarlo y la idea de tener un hijo de ella acabó por parecerle tan natural como el reparto nocturno de las provisiones o los viajes furtivos hasta el borde de la autopista. Tampoco la muerte de la anciana del ID podía sorprender a nadie. Hubo que trabajar otra vez en plena noche, acompañar y consolar al marido que no se resignaba a entender. Entre dos de los grupos de vanguardia estalló una pelea y Taunus tuvo que oficiar de árbitro y resolver precariamente la diferencia. Todo sucedía en cualquier momento, sin horarios previsibles; lo más importante empezó cuando ya nadie lo esperaba, y al menos responsable le tocó darse cuenta el primero. Trepado en el techo del Simca, el alegre vigía tuvo la impresión de que el horizonte había cambiado (era el atardecer, un sol amarillento deslizaba su luz rasante y mezquina) y que algo inconcebible estaba ocurriendo a quinientos metros, a trescientos, a doscientos cincuenta. Se lo gritó al 404 y el 404 le dijo algo Dauphine que se pasó rápidamente a su auto cuando ya Taunus, el soldado y el campesino venían corriendo y desde el techo del Simca el muchacho señalaba hacia adelante y repetía interminablemente el anuncio como si quisiera convencerse de que lo que estaba viendo era verdad; entonces oyeron la conmoción, algo como un pesado pero incontenible movimiento migratorio que despertaba de un interminable sopor y ensayaba sus fuerzas. Taunus les ordenó a gritos que volvieran a sus coches; el Beaulieu, el ID, el Fiat 600 y el De Soto arrancaron con un mismo impulso. Ahora el 2HP, el Taunus, el Simca y el Ariane empezaban a moverse, y el muchacho del Simca, orgulloso de algo que era como su triunfo, se volvía hacia el 404 y agitaba el brazo mientras el 404, el Dauphine, el 2HP de las monjas y el DKW se ponían a su vez en marcha. Pero todo estaba en saber cuánto iba a durar eso; el 404 se lo preguntó casi por rutina mientras se mantenía a la par de Dauphine y le sonreía para darle ánimo. Detrás, el Volkswagen, el Caravelle, el 203 y el Floride arrancaban, a su vez lentamente, un trecho en primera velocidad, después la segunda, interminablemente la segunda pero ya sin desembragar como tantas veces, con el pie firme en el acelerador, esperando poder pasar a tercera. Estirando el brazo izquierdo el 404 buscó la mano de Dauphine, rozó apenas la punta de sus dedos, vio en su cara una sonrisa de incrédula esperanza y pensó que iban a llegar a París y que se bañarían, que irían juntos a cualquier lado, a su casa o a la de ella a bañarse, a comer, a bañarse interminablemente y a comer y beber, y que después habría muebles, habría un dormitorio con muebles y un cuarto de baño con espuma de jabón para afeitarse de verdad, y retretes, comida y retretes y sábanas, París era un retrete y dos sábanas y el agua caliente por el pecho y las piernas, y una tijera de uñas, y vino blanco, beberían vino blanco antes de besarse y sentirse oler a lavanda y a colonia, antes de conocerse de verdad a plena luz, entre sábanas limpias, y volver a bañarse por juego, amarse y bañarse y beber y entrar en la peluquería, entrar en el baño, acariciar las sábanas y acariciarse entre las sábanas y amarse entre la espuma y la lavanda y los cepillos antes de empezar a pensar en lo que iban a hacer, en el hijo y los problemas y el futuro, y todo eso siempre que no se detuvieran, que la columna continuara aunque todavía no se pudiese subir a la tercera velocidad, seguir así en segunda, pero seguir. Con los paragolpes rozando el Simca, el 404 se echó atrás en el asiento, sintió aumentar la velocidad, sintió que podía acelerar sin peligro de irse contra el Simca, y que el Simca aceleraba sin peligro de chocar contra el Beaulieu, y que detrás venía el Caravelle y que todos aceleraban más y más, y que ya se podía pasar a tercera sin que el motor penara, y la palanca calzó increíblemente en la tercera y la marcha se hizo suave y se aceleró todavía más, y el 404 miró enternecido y deslumbrado a su izquierda buscando los ojos de Dauphine. Era natural que con tanta aceleración las filas ya no se mantuvieran paralelas. Dauphine se había adelantado casi un metro y el 404 le veía la nuca y apenas el perfil, justamente cuando ella se volvía para mirarlo y hacía un gesto de sorpresa al ver que el 404 se retrasaba todavía más. Tranquilizándola con una sonrisa el 404 aceleró bruscamente, pero casi en seguida tuvo que frenar porque estaba a punto de rozar el Simca; le tocó secamente la bocina y el muchacho del Simca lo miró por el retrovisor y le hizo un gesto de impotencia, mostrándole con la mano izquierda el Beaulieu pegado a su auto. El Dauphine iba tres metros más adelante, a la altura del Simca, y la niña del 203, al nivel del 404, agitaba los brazos y le mostraba su muñeca. Una mancha roja a la derecha desconcertó al 404; en vez del 2HP de las monjas o del Volkswagen del soldado vio un Crevrolet desconocido, y casi en seguida el Chevrolet se adelantó seguido por un Lancia y por un Renault 8. A su izquierda se le apareaba un ID que empezaba a sacarle ventaja metro a metro, pero antes de que fuera sustituido por un 403, el 404 alcanzó a distinguir todavía en la delantera el 203 que ocultaba ya a Dauphine. El grupo se dislocaba, ya no existía. Taunus debía de estar a más de veinte metros adelante, seguido de Dauphine; al mismo tiempo la tercera fila de la izquierda se atrasaba porque en vez del DKW del viajante, el 404 alcanzaba a ver la parte trasera de un viejo furgón negro, quizá un Citroën o un Peugeot. Los autos corrían en tercera, adelantándose o perdiendo terreno según el ritmo de su fila, y a los lados de la autopista se veían huir los árboles, algunas casas entre las masas de niebla y el anochecer. Después fueron las luces rojas que todos encendían siguiendo el ejemplo de los que iban adelante, la noche que se cerraba bruscamente. De cuando en cuando sonaban bocinas, las agujas de los velocímetros subían cada vez más, algunas filas corrían a setenta kilómetros, otras a sesenta y cinco, algunas a sesenta. El 404 había esperado todavía que el avance y el retroceso de las filas le permitiera alcanzar otra vez a Dauphine, pero cada minuto lo iba convenciendo de que era inútil, que el grupo se había disuelto irrevocablemente, que ya no volverían a repetirse los encuentros rutinarios, los mínimos rituales, los consejos de guerra en el auto de Taunus, las caricias de Dauphine en la paz de la madrugada, las risas de los niños jugando con sus autos, la imagen de la monja pasando las cuentas del rosario. Cuando se encendieron las luces de los frenos del Simca, el 404 redujo la marcha con un absurdo sentimiento de esperanza, y apenas puesto el freno de mano saltó del auto y corrió hacia adelante. Fuera del Simca y el Beaulieu (más atrás estaría el Caravelle, pero poco le importaba) no reconoció ningún auto; a través de cristales diferentes lo miraban con sorpresa y quizá escándalo otros rostros que no había visto nunca. Sonaban las bocinas, y el 404 tuvo que volver a su auto; el chico del Simca le hizo un gesto amistoso, como si comprendiera, y señaló alentadoramente en dirección de París. La columna volvía a ponerse en marcha, lentamente durante unos minutos y luego como si la autopista estuviera definitivamente libre. A la izquierda del 404 corría un Taunus, y por un segundo al 404 le pareció que el grupo se recomponía, que todo entraba en el orden, que se podría seguir adelante sin destruir nada. Pero era un Taunus verde, y en el volante había una mujer con anteojos ahumados que miraba fijamente hacia adelante. No se podía hacer otra cosa que abandonarse a la marcha, adaptarse mecánicamente a la velocidad de los autos que lo rodeaban, no pensar. En el Volkswagen del soldado debía de estar su chaqueta de cuero. Taunus tenía la novela que él había leído en los primeros días. Un frasco de lavanda casi vacío en el 2HP de las monjas. Y él tenía ahí, tocándolo a veces con la mano derecha, el osito de felpa que Dauphine le había regalado como mascota. Absurdamente se aferró a la idea de que a las nueve y media se distribuirían los alimentos, habría que visitar a los enfermos, examinar la situación con Taunus y el campesino del Ariane; después sería la noche, sería Dauphine subiendo sigilosamente a su auto, las estrellas o las nubes, la vida. Sí, tenía que ser así, no era posible que eso hubiera terminado para siempre. Tal vez el soldado consiguiera una ración de agua, que había escaseado en las últimas horas; de todos modos se podía contar con Porsche, siempre que se le pagara el precio que pedía. Y en la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.

Julio Cortázar

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/autopist.htm